viernes, 29 de agosto de 2008

Texto Dolores Casares


A fines del siglo XVIII y en los márgenes de un texto sobre simetría, J. W. Goethe se interroga sobre las diferencias y semejanzas entre ciertos “curiosos objetos” hallados en la naturaleza. Son aquellos que nos fascinan por sus formas puras, como el facetado cristal de un cuarzo o el caparazón iridiscente de un bivalvo. Goethe infiere que las caras del cuarzo se disponen según la organización matemática de las leyes moleculares que lo constituyen, en tanto que el caparazón formaliza su estructura en función de las necesidades vitales del organismo que lo habita. De simetrías perfectas a asimetrías complejas el paso de lo inorgánico a lo orgánico supone desplazamientos, rupturas y modificaciones que evidencian la violencia implícita en los cambios.

Este es el punto de inflexión donde Dolores Casares despliega su obra, una sutil y meditada metáfora plástica en relación a la materia que, por designios del azar y/o la intención, se desprende del orden temporal de los números y de la inmutabilidad de lo pétreo, e instaura en un salto prodigioso la paradójica complejidad de la vida.

Su instalación, cajas, objetos y video son parte de un laboratorio poético, regido por la blanquecina presencia de la sal, referencia a aquel mar primordial, origen y destino de lo viviente. No es casual que la artista use un término extraído de la mineralogía, la inclusión, con el cuál se designan ciertas impurezas contenidas en la transparencia absoluta de los cristales. Esas excepciones son el rasgo diferencial, la cicatriz del instante de la formación que lo singulariza. Intervenidas con varillas traslúcidas que transportan un haz de luz al lugar exacto del acontecimiento y agujas de acero que atraviesan y dan forma al espacio virtual de sus cajas acrílicas, estas “inclusiones” nos remiten a ese probable instante dónde el gesto, fruto de la necesidad o del capricho, transmuta la certeza de ciertos sistemas y los revierte hacia otro orden. Un orden que promete ya no la inmutabilidad e indiferencia de las estrellas hacia los acontecimientos humanos, sino la intrigante metamorfosis de la vida.

Héctor Medici

Agosto de 2008

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